miércoles, 29 de septiembre de 2010

Aspirancias Bicentenarias

Es 14 de septiembre de 2010.



Te encargan unas compras. La verdad no tienes algo mejor que hacer por la tarde —pero el derecho a hacer nada debería ser irrevocable— opinas.

Tu madre no opina lo mismo.

Vales madre, entonces.

Tienes que ir a la gasolinera, ya que de todos modos tienes que salir. — ¿ya qué? El daño ya está hecho.

Llevas la Ford Escape de mamá. Modelo 2003, o 2002, pero a quién le importa eso. Una Ford Escape jamás será un tsurito.

Hay una fila algo cargada en la gasolinera.

Entras por donde ves menos autos y queda a tu costado el mar. Sientes la brisa y la momentánea sombra.

Si en éste momento te acordaras de la biblia, sería sólo de un pasaje:

“Maestro, ¡qué a gusto se está aquí! Hagamos tres chozas…”

Sin saber, desde luego, donde buscarla en caso de querer leerla. Es lo de menos.

—E ignorando la parte de las chozas



Se te acerca un tipo, te llama “jefe” y extiende hacia ti unos lentes oscuros. El gesto guarda algo de servil, y por algún motivo eso te halaga.

Te gusta

Tomas los lentes y con curiosidad los examinas, al tiempo que de reojo no pierdes detalle del sujeto.

—Cuatro cincuenta, jefe— te dice. Notas por la voz que no es de la región, y te cuestionas cosas.

—No crea que son de la feria, así baratones— insiste, como adivinando lo que piensas.

—Son Ray Ban originales, tengo el estuche…— los miras con atención y ves la firma que avala lo que él dice. Realmente lucen bien, aunque parecen estar rayados.

—De veras jefe, son originales, yo mismo me los chingué de una camioneta. —Explica el sujeto. Ahora los rayones tienen sentido. Por dentro, comienzas a notar lo hilarante de la confesión.

—Gracias, pero nomás traje para el gas ahorita, compañero— le dices devolviéndole las gafas. Antes de hacerlo, las fotografías mentalmente. La verdad se ven estupendas, aún con los rayones ligeros que llevan.

— ¡Ohh…! ¿Cuánto me da por ellas? — dice casi de un modo algo suplicante.

—Será en otra ocasión— le dices, seguro en ese momento de que tus principios no te permiten adquirir algo de esa manera. Además tienes prisa.

Quieres llegar pronto a casa para seguir haciendo nada.

—Bueno jefe, gracias de todos modos. — dice finalmente y se aleja; probablemente a buscar otro posible comprador.

Es tu turno para cargar gasolina. El dependiente se tarda lo suficiente para que te bajes y abras tú mismo la tapa del combustible.

Piensas un instante, y te regresas al asiento. Te aseguras de cerrar las ventanas y de nuevo bajas. Con una risa en los labios.

Terminas la recarga exitosamente y te alejas pensando ahora, qué hubieras hecho con tus principios, si el hombre te hubiese sólo pedido los doscientos pesos que ya llevas en la bolsa.

Te ríes.

Sabes que te estarías ya llevando puestos los lentes

Encuentras algo en ti, que puedes reconocer como el espíritu bicentenario… solo que turbio, retorcido y sin rostro.

Te mueres de risa. La brisa se lleva tus carcajadas. En siete horas más, será ya quince de septiembre.



¡Viva México!

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