sábado, 25 de septiembre de 2010

Aankyuvaak

Reposaba en medio de su lóbrego refugio. Se hallaba quieto en medio de un agitado frenesí, que le era ajeno y le turbaba.



Cualquiera se opondría a llamar ‘refugio’ una zona tan bulliciosa; las idas y venidas alrededor suyo no daban reposo… esos zumbidos inacabables… ese torrente de espasmos —pero así se suponía que fuera— y eso era el reposo, en medio de su obscuro sitio.

No había paz, eso era irremediablemente cierto; odiosamente cierto. No había paz, era anhelantemente cierto.

Su familia; por su enorme familia— principalmente



Intentaba soñar. Concentrarse en soñar. Intentaba crear un sitio donde fuera posible relajarse e intentar… —lograr— soñar de verdad.



Le fastidiaba el zumbido colectivo. Le fastidiaba el zumbido aún en lo individual. Le fastidiaba mucho más su propio zumbido; era más difícil de soportar que cualquier otro.

Ser condescendiente con los demás apestaba pero serlo —con uno mismo— sería en definitiva, una putada.



No se sentía a gusto en medio de aquello, pero no conocía nada más. Tan sencillo como eso.

No conocía…

—Nada más.


Algunas veces, uno que otro imbécil, se aventuraba a tratar de “ayudarlo”, que consistía principalmente en cuestionarle cosas; relacionadas con su desdeñable rareza, o el hecho de que considerara despreciable la mayoría de lo conocido.

Casi nadie mencionaba éste segundo asunto. Y es que casi nadie entendía de ello.

Aankyuvaak los perdonaba por esa razón. Les permitía redimirse, desde su perspectiva. Tal vez no podría decir que él fuera generoso, pero algo había en todo caso, algo de eso.



Sin importar cómo, ni porqué, Aankyuvaak se sentía solo.

Indescriptiblemente solo.

Terrible e inmensamente solo.

—Aunque media centena de compañeros pasaran frente a sus ojos cada 10 segundos— Muy, pero que muy solo.

(Bien pinche solo)


—Porqué no eres normal?

—Qué es normal?

—pues aceptar que uno debe ser lo que debe ser

—Cómo sabes que no te equivocas? Quién dicta lo que debe uno ser?

—…

—y a todo esto, para qué alguien ‘debería’ ser? No basta ya con que ‘sea’?

—… adiós, Aankyuvaak. Mejor molesta a alguien más…



Con frecuencia, para terminar estas charlas, se decía en voz alta:

—Con gusto esperaré que otro inútil vuelva a interrogarme…

Son tan… predecibles —pensaba— Nada hay que puedan motivarme.



Estaba equivocado.



—Vale— bastante equivocado. Cualquiera se equivoca

—Aunque él no creyera ser cualquiera…


Volar era una efímera manera de olvidar su escabrosa soledad y su insulsa existencia.

Y por alguna razón creía que si él fuese un poco más como-los-demás, podría no ya gustarle, sino fascinarle con estúpida motivación, esa existencia tan pueril. —Era lo que suponía.



Volar era grandioso; siempre que no se tratara de una desbandada con tres decenas de compañeros a cada costado…

Las masas eran otra cosa que no le terminaba de gustar. Si debía tratar con los otros, prefería hacerlo uno a la vez.



Los juegos de moda no le parecían nada interesantes. Una vez que los entendía, dejaban de tener aquel sabor de novedad. En su opinión, lo que no se ha visto tiene valor, y de lo que ya se ha visto, nos queda el dolor.



A veces se preguntaba de donde venían esas cosas nuevas, pues —se decía— los suyos no eran de tipo ‘voy a renovar esto, o lo otro’ y así, terminaba creyendo que muchas cosas eran simple y horrenda casualidad, no más que eso; aunque había quienes insistieran en pensar lo contrario. Le daban un poco de lástima, estos últimos, pero nunca la suficiente para acercarse a ellos.

Jamás la suficiente para que en verdad tratara de entenderlos, —y menos— darles la razón.




Algo le asombraba:



La temeridad sanguinaria de las chicas.

Muchas se tomaban riesgos altísimos para saciar su voracidad —Muchas morían —

Era algo simplemente admirable.




Quizás su única amiga, Lynlyuik, le contó en varias ocasiones, lo enervante de los riesgos al vuelo. La imaginación de Aankyuvaak se desbordó.



“Diez segundos allí valen más que un siglo aquí” le contaría ella.

Como Lynlyuik manifestara jurarlo— y aunque no era más que una apreciación— él le creyó.





La idea fue sopesando y fijándose en él progresivamente.

Le iba bien, le agradaba.

Le atraía. Más que las cosas que ya conocía…

Más que el vuelo, más que la soledad desacostumbrada, más que la irracionalidad de la reproducción.

Más que nada, últimamente.

Le atraía.

Sólo quizás, demasiado rápido.



Quizás.

∞ 

Veía y escuchaba las maniobras, las técnicas, las experiencias.

Se enteraba de lo que deseaba sin preguntar. En el barullo habitual nocturno, todo salía a flote. Incluso muchas cosas que desearía no haber sabido.

Igual, seguía escuchando inconmovible, enfocado, avispado.



Realmente nunca había pensado en suicidarse —que es lo que cuenta para el suicidio.

No lo había pensado.

Ni lo pensaba ahora mismo. Sólo escuchaba. Atendía.



Callado, inmóvil. Imaginaba tal vez.




Llegó su oportunidad.

Lo había decidido; sería el primero. No quería compañía en su primer asalto. No le apetecían zumbidos, no esta vez.

No nunca.





Estudió lo que tenía delante.

Un gigante; no será tan difícil—juzgó



Fueron quince segundos.

JODER con esto! —Lynlyuik no podía tener más razón. —Si vivir significaba algo, tenía por fuerza que ser esto!!

Tenía el rostro con rastros de sangre y un gesto de orgásmica alegría.

—Extrañamente alegre— diría cualquiera de sus compañeros. (Realmente no importa cual; tienden a pensar igual, de todos modos)


Quizás estaba ya demasiado alegre.

O tal vez demasiado cansado.

Muy sumido en sus pensamientos, y en piloto automático?

Nadie podría decirlo con certeza.

—Hay cosas que tan solo no se pueden conocer



Un movimiento certero — en un momento de alegre ceguera— lo contrajo de golpe.



Sangraba. Sangró mucho. Casi todo lo que hubiese podido.



Una palma lo separó de su emparedado, y lo sostuvo — así pegado como estaba— para observarlo desde arriba. Allí quedaba algo que solía ser Aankyuvaak.



El hombre lo miró de frente, cara a cara —por decirlo de un modo— y lo admiró. Había algo extraordinario en aquel ordinario detalle.



Aankyuvaak, como pudo esbozó una sonrisa. Era real y plenamente feliz.

Acababa de comprender algo —que supo— aquel hombre también había entendido, que en un nivel, eran lo mismo; iguales.

Supo entonces lo que él era.


Le bastaba.



El hombre salió un poco de su azoro, y con cierta envidia, se quedó aún observándolo.

Tomó una servilleta, y el papel comenzó pronto a desprender los restos del —quizás aún vivo— cuerpo…

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