miércoles, 27 de octubre de 2010

Geografía Mostaza

Me adentré al sendero mostaza; me llegaron cartográficas ideas. Si no fuese tan malo, lo hubiese intentado en un gráfico.


Entré a sabiendas,y no al azar; aunque me enteré que estaba frente a él, apenas con unos instantes de anticipación.

El sendero mostaza, toma su nombre desde las fauces de la eternidad, a unos escasos doscientos metros de distancia; formando un recodo interesante del camino usado por los Dragones (los tricolores y las otras variedades de la zona) para adentrarse a la ruta de las verdes colinas bañadas de sol, que bajan hasta el sitio donde el mar acaricia el lugar de los bellos atardeceres... en fin, nada que alguien que guste de rutas interesantes, no conozca por estos confines.

El principio del sendero, como su final; son inubicables. Se está dentro o se está fuera, afirman los conocedores, pero nunca en sus extremos (esto por lo difícil que es identificar el color que lo caracteriza, estando dentro o cerca de él). Su nombramiento se hizo desde las fauces de la eternidad en una mañana fresca de un no tan cercano, cercano día (muy caluroso por cierto, al despuntar el alba; y en esas condiciones, es fácil entender porque ha sido llamado así) pero no desde sus alrededores inmediatos.

Al interior, el sendero tiene dos costados: el costado derecho está sembrado de flores grises, antes probablemente rosadas, que aunque bellas, resultan un decepcionante efecto visual a base de blanco y púrpuras.

A su costado izquierdo, descansan unos pequeños valles y una somera fila de colinas. Una llanura artificial comienza a expandirse entre el valle más vistoso. Una verdadera pena.

A través del sendero se oyen voces, voces que delatan a los que en él pasan, trátese de dragones, capullos, hormigas, coleópteros u otras maravillas rastreras. El sendero chilla ligeramente cuando lo recorren agentes de la muerte, sean verdes, negros o grises. La muerte y el sendero son enemigos.

H escuchado susurrar al sendero:

-¡que llueva ya! -clamaba en un canto casi alegre, apenas audible y muy suplicante.

-¡Que llueva ya!- dije a mi vez.



Y vaya que ha llovido.

martes, 12 de octubre de 2010

Asomé (amos)

Saqué la cabeza; de algún modo ya sabía lo que venía…

A decir verdad, creo que era muy previsible.
Sobraría contar las muchas veces que había visto lo que devenía de hacerlo.

Qué puedo decir? Ha sido la puta curiosidad…

Me parece ligeramente excelente contar con un recurso como la curiosidad, para cuando no sabemos porque diablos hacemos algunas cosas —Muchas cosas, más bien.
Un chingo de cosas — mejor dicho.

Como dije, saqué la cabeza.

Tal vez si fuese más partidario de Marx, me excusaría diciendo que era históricamente inevitable…

O si fuese más práctico, afirmaría que con sentarme a la ventana —y estando aquella abierta— hizo existir la posibilidad, con lo que Murphy me daría la razón al decir que sólo atendí una de mis posibilidades.

De cualquier modo, no creo que explicar Porqué lo hice, importe, y esto principalmente porque no tengo ni idea.

¿Qué puedo decir, después de todo, que suene convincente?¿Hacía calor y decidí refrescarme asomando la cara por la ventana?

No creo que eso cuente. Además, para mi mala suerte, el calor era bien soportable; bastante a decir verdad, por cortesía del bastardo magnífico cambio de estación.

Quizá tan solo ha sido culpa de la curiosidad.

¡Eso es!

Ahora que lo recuerdo… ¡Así fue!


Según recuerdo, el autobús se detuvo momentáneamente, dejándome frente a un muro saliente de block común; pero a una distancia que, si no fui engañado por la perspectiva,— puedo jurarlo de todos modos, me vale— podría jurar que era fácilmente alcanzable, desde mi asiento.

Si hubieras estado allí, creo que lo entenderías.

(Se me hace que te ayudo)

Sospecho que la visión, la distancia, el modo en que la luz del atardecer se perfilaba sobre la superficie… el momento cada vez más prolongado del bus junto a la acera…

—Casi podrías escuchar al muro decir “tócame”.

Con toda seguridad no habrías dejado de mirarlo, tal como hice yo; como estando bajo un desmedido trance hipnótico.

Lentamente habrías permitido que el efecto de condicionamiento afectara tus deseos; y que éstos, a su vez —Involuntariamente, aunque una parte de ti ya lo ansía, a estas alturas— se adueñan de tus movimientos.

Seguro que ese cosquilleo nacido en las yemas de los dedos, ya te estaría carcomiendo mientras continuas con la vista fija en la pared frente a ti.

Ya no se trata de algo que te gustaría hacer; no es algo que se te antoja… Ahora es algo que TIENES que hacer.

—¡Es estúpido!

¿Lo es?

Sabes que lo es: podrías gritarlo

¡Estúuuuupido! ¡Mil veces estúpido!



Al interior de ti, algo valora el universo en categorías. Y por algún motivo, esto no siempre atiende a la decencia o a la razón siquiera…

Justo ahora, aquello que —variando siempre— justifica para ti tu presencia en la vida, sólo depende de que toques ya esa pared.

Tienes que hacerlo… ¡tienes qué!

No hay de otra.

Sabes que no hay segundas oportunidades.

No importa lo que digan los libros de autoayuda, ni los psicólogos… ni los maestros, ni los gurús motivacionales.
No importa qué pueda salir en palabras de esos nefastos guias.
La cosa es clara. La vida apesta porque no da segundas oportunidades.

Ni nunca, ni jamás.



No hay de otra.


—Increíblemente todo esto transcurre en un parpadeo.

Tu mano ya asoma por el borde de la ventana.
Es curioso como sientes todo en una especie de cámara lenta, pero el mundo no es así; es rápido, letal y traidor.
¿Sientes entonces esa sacudida?

YO también la sentí.

Creo que la situación en que nos metimos, nos permitió llegar a creer que la estancia de un autobús en un paradero puede ser más larga que la descripción de un pensamiento fugaz. Podríamos reírnos largamente de ello. Cosas más ridículas es muy difícil encontrar.



Tú y yo lo sabemos.

Ahora, hemos dejado la mano asentada sobre el marco de la ventanilla, como para disimular nuestras YA frustradas intenciones.

Caemos también en la cuenta de que una señora nos ha estado observando quizá tan absorta como lo estuvimos con la pared, de la que probablemente sea su casa (…)

¿Rubor?

No sabemos definirlo. El sol pega fuerte a esta hora. No quema, pero ilumina que da gusto. Es una luz naranja amarilla, que para nuestra suerte muestra el iris de los ojos en tonos abrasadoramente bellos —usamos gafas de sol: qué idiotas, ¿verdad?—, y que también disimula los enrojecimientos faciales.



Como dije, es una suerte.



Creo que se nos escapa algo…

¡Ahhh sí! El sentido del ridículo —que ahora, comenzamos a creer que siempre está allí, como los virus— quizá esperando ya ser reconocido como infección viral por alguien de apellido prominente. Férreas, se me (¿nos?) ocurre. Fígola, propones.

(¿Sabes? En algún punto he comenzado a envidiarte.
Digo, no creo que hayas estado allí… por simple ley de permeabilidad no podrías haber ocupado mi lugar. Pero parece que tu comprensión rebasa con regularidad la mía; y eso es un fastidio.
—Fígola debió habérseme ocurrido— a mí… no a ti
En fin, cosas)

A unos escasos quince metros del lugar donde pudimos haber tocado el muro —hemos visto otros quizá tan cercanos como AQUEL, pero ya no es lo mismo. Nunca lo es—damos cuenta de un poste aún más cercano al borde de tu ventanilla.

Imaginamos unos segundos, lo horrendo que hubiese resultado estar con el brazo extendido y fuera, al momento de alcanzar el poste.

No deseas imaginarlo más, por eso lo dejas pasar; no te preocupes, yo hice lo propio…
¿Notas esa incomodidad?
No te asustes, me resulta natural. Espero que sea natural.
Por lo menos es escabroso.
Describirlo lo hace menos horrible.
Un poco, tal vez.

Quizá nada.



¿Lo magnifica? Ojalá y no.

(Advertencia a enemigos de la lírica: no exponerse… Despediré con lirismo )



Saqué la cabeza. No soy culpable de más.
Saqué la cabeza. No lo podría negar.

El caso es que recordé una foto que vi a un amigo tomar,
quise emular el efecto, y mi propia foto lograr.

Tomé una.
La segunda vino enseguida después.

Al examinarlas me dije:
—Esa vista la quiero ver.

Y eso fue lo que hice.
Asomar la cabeza y mirar.

Una cosa me trae ahora confundido.
Y es que por mi narración, ya no sé si de veras fui yo,

o vi a alguno hacerlo,
y por envidia me adueñé de la sensación,

del relato y del mérito, a un regaño del conductor.

Espero haber sido yo
— Y tener los brazos completos.

Sólo eso;
De momento no espero más.