jueves, 14 de agosto de 2014

Inesperada cena gourmet

Es como abrir los ojos apenas, es decir, justo entonces te percatas, por el aroma que juguetea con tus olfativos sensores. Casi puedes decir que recién despiertas al sabor... o al olor, que te ataca antes.
De algún modo traes ya tenedor a la diestra, estómago y esófago juntos hacen "la ola", quizá practican el abucheo mexicano de Brasil 2014  "¡Eh... plato!".
Con la boca desmenuzas paciencia, con los ojos la aún desconocida porción de... es difícil decirlo. Luce cual pasta con alguna variante de aderezo alfredo... lluvia de parmesano encima, llovizna, para ser exactos. El queso aporta hedores benignos al enigmático platillo.
Antes de notarlo retiras el cubierto de cualquier contacto con tus labios, labios que relames tratando de poner orden a ese carnaval de sabor. Imaginas una melodía tchaikovskiana, tras repensar, ubicas mejor tono en un Dvorak. Puede que suspires.
Hay tocino, atinas a pensar, mezcla de finas hierbas comercial, salchicha de pavo quizás... lamentas no haber educado tanto la lengua como tus refinamientos musicales. Recuerdas a esa mujer que -sabes- lograría descifrar la receta en tres bocados. Maldiciones saldrían de tu boca, de no ser por el encanto que ya la domina. Encanto. Sí, como los asiáticos que controlan Cobras.
¿Es alguna clase de flauta lo que tus oídos insisten en añadir al ambiente? No, te aclaras, es sólo Andalucía, de las "Danzas españolas". Claro, ahora todo tiene sentido, cebolla blanca y jitomate, pero... ¿hay acaso albahaca? ¿pimienta y tomillo?
No, sin tomillo, debe ser orégano. Arrugas la nariz en vez de gritar un Eureka, pues recuerdas que no estás a solas. Si tuvieras bigotes, sabes que se moverían, son trazas de chile serrano. Vinagre, conjeturas, sal... ¡y huevo!
Si no fuera porque la preparación recayó en ti, difícilmente aceptarías esa verdad. Festejas el asombro de tu creación, confiesas que la sorpresa rinde más que la ración provista, que ante todo, no dejan de deleitarte.

viernes, 16 de mayo de 2014

Gotas

Entonces cinco gotas me vieron desde el suelo, en mitad de la calle, en el centro. Era de noche, y bajo brillantes farolas me pregunté cómo habían llegado hasta allí. Si mal no recuerdo, era viernes. Extendí la mano en un gesto inconsciente, un par de segundos palma arriba y un 'mcht' desilusionado.
Aún ahora me pregunto por qué me pregunté... Hay cosas que son como para vistas y no pensadas, pero mi terquedad...
Volví a mirar la calle ya habiendo descartado la idea de una llovizna. Algún caminante bebida en mano —muy fría, pensé—, gotas condensadas recorriendo perezosas la superficie; una especie de sudor vaporoso, un frío sudor descuidado goteando poco a poco mientras cruza la calle... ¡Sonaba tan bien! Inesperadamente, la imaginada figura partió mi ilusión; había un evidente un rastro de gotas previas a las mías. Y para dejar caer las gotas necesarias, haría falta quedarse un buen tiempo en el mismo lugar, cosa que no haría...
Sin mucha seguridad, y ya a media cuadra de mi desventurado encuentro, el berrido de un bebé, a mi derecha, me sorprendió sobremanera. Curiosamente, incitó a mi imaginación a discurrir por otra vía. Un ficticio despliegue de todo tipo de personas pasó frente a mí en tropel, todas con un llanto imparable: ojos y narices hechas casi agua; y ni qué decir de las lágrimas. Caminaba yo, para esto, junto al continuo muro de fachadas a mi izquierda, por delante de tiendas y oficinas ya decoradas, en más de las veces, con luces y motivos como en adelantada navidad … Altos, gordos, bajos, delgadas, feas, curvilíneas, guapos, jóvenes, ancianos, bebés en brazos; un grupo nutrido. Turbulenta, la imaginaria masa no parecía discriminar tallas, sexos, ni razas. Vi mujeres llorando amargamente; chiquillos en pleno berrinche; adolescentes irritados sepultando su impotencia con gruesos lagrimones; varones roncos por el llanto... Fue un patético mundo de lloriqueos, hasta que vi las gotas caer, sin llegar al piso, no obstante. Quedaban en la ropa o perdidas por el cuello, al interior del pecho, detenidas por el cabello o los zapatos incluso. Para terminar, la frecuencia no era tal como para dejar cinco a media calle.
En medio de mi desconcierto empecé a querer enlistar más probabilidades. Noté un repentino impulso, una especie de torrente o vorágine de pensamiento; algo en ese cúmulo viviente, inmóvil en lo móvil, arrastraba consigo ideas. Pensé en flemas y saliva, pero el sólo recuerdo de la forma regular y nada sospechosa en mis cinco gotas, me dio ganas de escupir y pasar a lo siguiente. Pensé luego en sudor, después en charcos ocultos donde llantas de auto al salpicar formarían gotas. Pensé... Pensé mucho.
Era curioso —y lo sigue siendo—, cómo cada vez que una explicación se me ocurría, antes de ser desechada me daba atisbos más intrincados —lo admito— de otras tantas, que no había antes llegado a imaginar... Me fui sintiendo presa de una extraña sensación de pequeñez, de mi propia nimiedad expedita ante el mundo de posibilidades, que pese a la dificultad se abrían, y seguían abriendo frente a mis ojos... Un miedo empezó — ¡No! Se confirmó…— dentro de mí: siempre que buscara, siempre que fuera más profundo, que me pidiera otras posibilidades, podría encontrarlas, encontrar más. Siempre era posible, no importaba que tan recónditas, inverosímiles, o rebuscadas fuesen.
Ya estaba yo cruzando la avenida, con miras al paradero; luces naranja incidían en mis ojos, pero no así en mi ánimo, que seguía gris y azul oscuro; quizá más oscuro que azul. Decidí por salud y sosiego que debía elegir con cuál opción, entre las más probables, quedarme y olvidar el asunto. Si no me compraba una, difícilmente me tranquilizaría. El estrés se hallaba tocándome a la puerta... Como pulsando ya el timbre para dejarle entrar.
Situándome al costado del paradero largo y blanco con parasol —ya inútil, dada la hora—, recorrí con la vista el grueso de la avenida en ambas direcciones. Estúpidamente, imaginé repetidos grupos de cinco gotas a cada medio metro sobre el pavimento. Para evitar el vértigo que la situación acuciaba miré hacia atrás destacando el perfil del domo de eventos, unas cuantas personas y los coches que habitualmente yacen allí.
El parque falsamente lejano se extendía en breves y exiguas estelas de luz, que de blanco ya poco tenían, contribuyendo a afear la nocturnidad del paisaje.
Antes de decidirme por la alternativa, vi por casualidad una nena como de tres años, preciosidad en pequeña escala. Fluía levemente por sus hombros, hasta situarse a mitad de su espalda, una cascada castaño claro. Los ojos grandes y alegres, las mejillas de aspecto suave, tersas. La chiquilla estaba de frente a un vendedor de dulces, tomada de la mano por una mujer de aspecto juvenil y algo despreocupada. Mi azoro por la niña fue tal, que sólo vagamente recuerdo a la madre —o quien supuse lo sería.
Volví a hojear la avenida, ya sin rastro de gotas insanas. Un par de taxis al otro lado de la acera, y por lo menos distinguí a un transeúnte hablar algo con un conductor.  Los semáforos mantenían a raya, bajo el rojo resplandor, un dispar conjunto de coches, motos y buses, ninguno de los cuales me resolviera la huida. Unas cuantas parejas platicando animadas; algunos estudiantes —uniformes blancos, sendas banderas tricolor al hombro—, estallaban en risas, a mi derecha, de tanto en tanto. Otros de aspecto más joven, con cables surcándoles el pecho, iluminaban sus rostros a las luces que no dejaban de juguetear sus desesperados dedos. Algunas personas callaban oteando a la izquierda, seguramente lo mismo que yo. Era un viernes habitual.
Habiéndome relajado al observar silencio al entorno inmediato, pude volver a barajar las opciones que me estuve jugando. Encontré inmediatamente garrafales errores en tres, luego en cuatro... Alegre, vislumbré las tres posibilidades que llamé definitivas y, sonrisa ostensible al rostro, me volví hacia donde creí estaría la nena.
Un microbús hizo sonar inesperadamente su claxon casi demasiado cerca de mí. Tras el sobresalto, los colores a sus costados me impulsaron a verificar si aquella sería mi ruta. Reduje —mientras en mis botas negras miraba vagamente reflejarse las luces naranja— a sólo dos mis esperanzas. La sorpresa pareció darme la pista necesaria... que justo deseché al elevar los ojos.
La impresión me sumió en un profundo silencio y al parecer olvidé tomar el bus que sí. Sonreía, no obstante, atónito y boquiabierto. Con toda seguridad, sonreía… Ido el bus, y libre la vista, pude verlas flotar revolviéndose a capricho del viento. Algunas llegaban tan lejanas como la calle de donde yo viniera. Una de ellas, incluso, tuvo el atrevimiento de exhibir su leve caída justo frente a mis botas, cuya piel volvía por entonces a reflejar las luces naranja.
Tras estallar, la perversa burbuja se transmutaba en cuatro o cinco gotas perfectas.

Puedo prescindir de toda poesía

Puedo nadar en ti, te lo he dicho;
Puedo acarrearte humores que me son ajenos.
Entre este grisáceo vado que por buscar me aterra,
Cambio mis días por un poco de sombra,
Aguardarte es más cómodo allí.
Quisiera contrito, volver a empezar;
Esta ribera no permite emprender la vuelta,
Y lo que es borboteo se me olvida a ratos.
Atisbando lacustre al deseo,
Lo que me llora, es ahora vanidosa afluente,
Y bajo mis pies, el cauce lame tu influencia.
Me veo, así, acostado.
¿Y tú?
Tú, te discurres por mí.

"Wattering consequences"


Miss Wattered got enormously surprised when she perceived the slight sound of her front door being knocked; there was a bell, of course, so why would anybody bother hitting their knuckles against the rough, white-painted wood in the door? But then she remembered: it was not working.
Such a mystery invaded her tranquil morning thoughts, previously occupied with something god only could certainly say. She herself had forgotten this high; maybe it was something about lunch... Or perhaps that repairing her blue lacy dress seemed to need. Finally, it could have been the splendid overcast atmosphere the sky offered that day. In a permanently sunny country, you take a simple cloudy day as a celebration excuse. At least she did.
Her previous idea of this Sunday —because it was Sunday— was a bit of a joke to herself. "What if I wear pajamas till noon?" She had wondered sometimes... Well... Many times before, actually. But today she did it. There were no plans outside, so she dared.
"So, pajamas, huh?" She started to scold herself when recovered her sense of reality. "What a stupid idea! Going around the house just wearing extremely light clothes... Exposing myself?!" She had not even thought of it as 'exposing'. However, she was now starting to believe it was.
A third knock made her house of cards, built with all those ideas, come down. She was supposed to open the door, even in the stupid scenario of a mistake, even to face any kind of misread direction or a simple parcel from a deliveryman (she was not expecting anything, either). The point was, somebody —it did not matter who— was out there waiting for the slightest response, waiting maybe for a narrowly-opened, and secured with a door chain, front door of a —now quite pathetic— lady who would never dare to open in the clothes she was —not— wearing. She wondered whether she moved a single muscle after all that time. It was the fourth knock she counted.
Outside, she could see through the window behind her Tiffany-like lamp —whose lampshade by the way needed some dusting too—, that sunlight was a mere negatively-defined concept: partial absence of darkness. Wind was blowing strongly and even howling, she could hear. Time was inevitably going by.
"It might end it all if I stay all still and quiet.” she whispered to herself. It was the fifth knock. Legs stretched with her chin over her left knee —her eyes nervously looking at the nothingness—, a position she was comfortable with since long ago. The same way she used to keep calm. To try to keep calm. It was the pose she used to take back then in her elementary, middle and sometimes high school, days.
Suddenly she thought of something, a lightning of an idea: The new shrub in the pot by the front door.
The stupid shrub!
She had been given a potted shrub by her godmother, Lilian. The old lady loved plants and trees, so it was inevitable to receive that kind of presents from her. Her godmother gifting had always been something to deal with —long-thorn cactus, eerie ferns, overwhelming creeps and that sort of thing—. Anyway, this time, there was an exception. She really liked the shrub.
The shrub was a pretty kind of tree whose name she did not remember. Two months ago she had had it in the back yard, until some weeks ago, when she decided it would look better next to the front door, providing with life the small space next to the entrance to her home. Since that day the thin shrub had been getting drier and drier, and losing its leaves from day to day.
Putting two and two together, it was easy to understand that the strange breeze (which was very little to say, since it was actually more like a gale, according to the gusts of furious wind blowing every once in a while) could be rocking the shrub and therefore scratching or hitting,  <> the mentioned door. She felt silly and ridiculous; after all, she was the one who had forgotten to water the poor plant in the first place.
Giggling at first, and eventually bursting with laugh, she got on her feet and went towards the front door with a huge grin, 'from ear to ear' as some call it. She had the intention to open the door to look at the shrub and burst laughing again. Even louder, she expected.
Was it the seventh… or the eighth knock? Who knew! ...and anyway,  who cared about that?
A long creak accompanied the slow opening of the door.
"Oh,finally, miss Wattered! I was starting to think you were not at home at all and..." Said Mr. Nossey, the local priest, who stopped speaking as he started, holding a pair of books under the arm. In that moment, hesitating among adjusting his glasses or crossing himself, he could not believe his eyes.




viernes, 28 de octubre de 2011

Aun 28

Era aun 28 de Junio y me resultaba un dia insólito.

Me la habia pasado bastante solo... al respecto de la compañía que tener alumnos supone. Pues de las 5 horas en las que habia estado disponible a atenderles, ninguno habia venido. Por la lluvia, muy probablemente; y otra gran razón quizá fuese que pensaran que a la empresa le interesa un poco menos el mundo en sí que sus propios procesos. Cualquier opción es válida.

La cosa era lo mucho que me sentí aburrido. Fue mucho, pero que muchísimo. Tanto como para garabatear unos dibujos.

Parecería cosa de engaño.

Acostumbro llevar cámara, aunque se trate de la que viene en el móvil. Aquel día, no obstante, no tuve opción más que escribir el hecho para no olvidarlo; además de apelar un tanto a la memoria para no perder el recuerdo.

No tenía cámara a mi alcance... nada que pudiera evidenciar mi efímera obra, NADA que pudiera desmentirme o avalarme.

Y dibujé.

Tracé sobre el pintarrón una serie de pabellones de diversas nacionalidades que, si bien diferían lo bastante como para suponerse elegidos al azar, tenían en común los tres colores con que contaba yo aquel día; claro, además del fondo blanco.

Fui con cierta paciencia de uno a otro, enlazando ideas volátiles sin ton ni son que me condujeron a finalmente intentar un bosquejo del escudo de mi ciudad. Con grandes dudas acerca de la fiabilidad de mis recuerdos, le hice los últimos ajustes y mi obra estuvo lista.

A guisa de conservarla... llegué a apagar la luz del aula, y cerrarla, para evitar que fuese borrado. Tenía además la firme intención de llevar una cámara al día siguiente y efectuarle una foto.

El día siguiente ya no estaba.

Me conformé escribiendo entonces esto...


Y pasándola luego a internet... varios meses después.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Geografía Mostaza

Me adentré al sendero mostaza; me llegaron cartográficas ideas. Si no fuese tan malo, lo hubiese intentado en un gráfico.


Entré a sabiendas,y no al azar; aunque me enteré que estaba frente a él, apenas con unos instantes de anticipación.

El sendero mostaza, toma su nombre desde las fauces de la eternidad, a unos escasos doscientos metros de distancia; formando un recodo interesante del camino usado por los Dragones (los tricolores y las otras variedades de la zona) para adentrarse a la ruta de las verdes colinas bañadas de sol, que bajan hasta el sitio donde el mar acaricia el lugar de los bellos atardeceres... en fin, nada que alguien que guste de rutas interesantes, no conozca por estos confines.

El principio del sendero, como su final; son inubicables. Se está dentro o se está fuera, afirman los conocedores, pero nunca en sus extremos (esto por lo difícil que es identificar el color que lo caracteriza, estando dentro o cerca de él). Su nombramiento se hizo desde las fauces de la eternidad en una mañana fresca de un no tan cercano, cercano día (muy caluroso por cierto, al despuntar el alba; y en esas condiciones, es fácil entender porque ha sido llamado así) pero no desde sus alrededores inmediatos.

Al interior, el sendero tiene dos costados: el costado derecho está sembrado de flores grises, antes probablemente rosadas, que aunque bellas, resultan un decepcionante efecto visual a base de blanco y púrpuras.

A su costado izquierdo, descansan unos pequeños valles y una somera fila de colinas. Una llanura artificial comienza a expandirse entre el valle más vistoso. Una verdadera pena.

A través del sendero se oyen voces, voces que delatan a los que en él pasan, trátese de dragones, capullos, hormigas, coleópteros u otras maravillas rastreras. El sendero chilla ligeramente cuando lo recorren agentes de la muerte, sean verdes, negros o grises. La muerte y el sendero son enemigos.

H escuchado susurrar al sendero:

-¡que llueva ya! -clamaba en un canto casi alegre, apenas audible y muy suplicante.

-¡Que llueva ya!- dije a mi vez.



Y vaya que ha llovido.

martes, 12 de octubre de 2010

Asomé (amos)

Saqué la cabeza; de algún modo ya sabía lo que venía…

A decir verdad, creo que era muy previsible.
Sobraría contar las muchas veces que había visto lo que devenía de hacerlo.

Qué puedo decir? Ha sido la puta curiosidad…

Me parece ligeramente excelente contar con un recurso como la curiosidad, para cuando no sabemos porque diablos hacemos algunas cosas —Muchas cosas, más bien.
Un chingo de cosas — mejor dicho.

Como dije, saqué la cabeza.

Tal vez si fuese más partidario de Marx, me excusaría diciendo que era históricamente inevitable…

O si fuese más práctico, afirmaría que con sentarme a la ventana —y estando aquella abierta— hizo existir la posibilidad, con lo que Murphy me daría la razón al decir que sólo atendí una de mis posibilidades.

De cualquier modo, no creo que explicar Porqué lo hice, importe, y esto principalmente porque no tengo ni idea.

¿Qué puedo decir, después de todo, que suene convincente?¿Hacía calor y decidí refrescarme asomando la cara por la ventana?

No creo que eso cuente. Además, para mi mala suerte, el calor era bien soportable; bastante a decir verdad, por cortesía del bastardo magnífico cambio de estación.

Quizá tan solo ha sido culpa de la curiosidad.

¡Eso es!

Ahora que lo recuerdo… ¡Así fue!


Según recuerdo, el autobús se detuvo momentáneamente, dejándome frente a un muro saliente de block común; pero a una distancia que, si no fui engañado por la perspectiva,— puedo jurarlo de todos modos, me vale— podría jurar que era fácilmente alcanzable, desde mi asiento.

Si hubieras estado allí, creo que lo entenderías.

(Se me hace que te ayudo)

Sospecho que la visión, la distancia, el modo en que la luz del atardecer se perfilaba sobre la superficie… el momento cada vez más prolongado del bus junto a la acera…

—Casi podrías escuchar al muro decir “tócame”.

Con toda seguridad no habrías dejado de mirarlo, tal como hice yo; como estando bajo un desmedido trance hipnótico.

Lentamente habrías permitido que el efecto de condicionamiento afectara tus deseos; y que éstos, a su vez —Involuntariamente, aunque una parte de ti ya lo ansía, a estas alturas— se adueñan de tus movimientos.

Seguro que ese cosquilleo nacido en las yemas de los dedos, ya te estaría carcomiendo mientras continuas con la vista fija en la pared frente a ti.

Ya no se trata de algo que te gustaría hacer; no es algo que se te antoja… Ahora es algo que TIENES que hacer.

—¡Es estúpido!

¿Lo es?

Sabes que lo es: podrías gritarlo

¡Estúuuuupido! ¡Mil veces estúpido!



Al interior de ti, algo valora el universo en categorías. Y por algún motivo, esto no siempre atiende a la decencia o a la razón siquiera…

Justo ahora, aquello que —variando siempre— justifica para ti tu presencia en la vida, sólo depende de que toques ya esa pared.

Tienes que hacerlo… ¡tienes qué!

No hay de otra.

Sabes que no hay segundas oportunidades.

No importa lo que digan los libros de autoayuda, ni los psicólogos… ni los maestros, ni los gurús motivacionales.
No importa qué pueda salir en palabras de esos nefastos guias.
La cosa es clara. La vida apesta porque no da segundas oportunidades.

Ni nunca, ni jamás.



No hay de otra.


—Increíblemente todo esto transcurre en un parpadeo.

Tu mano ya asoma por el borde de la ventana.
Es curioso como sientes todo en una especie de cámara lenta, pero el mundo no es así; es rápido, letal y traidor.
¿Sientes entonces esa sacudida?

YO también la sentí.

Creo que la situación en que nos metimos, nos permitió llegar a creer que la estancia de un autobús en un paradero puede ser más larga que la descripción de un pensamiento fugaz. Podríamos reírnos largamente de ello. Cosas más ridículas es muy difícil encontrar.



Tú y yo lo sabemos.

Ahora, hemos dejado la mano asentada sobre el marco de la ventanilla, como para disimular nuestras YA frustradas intenciones.

Caemos también en la cuenta de que una señora nos ha estado observando quizá tan absorta como lo estuvimos con la pared, de la que probablemente sea su casa (…)

¿Rubor?

No sabemos definirlo. El sol pega fuerte a esta hora. No quema, pero ilumina que da gusto. Es una luz naranja amarilla, que para nuestra suerte muestra el iris de los ojos en tonos abrasadoramente bellos —usamos gafas de sol: qué idiotas, ¿verdad?—, y que también disimula los enrojecimientos faciales.



Como dije, es una suerte.



Creo que se nos escapa algo…

¡Ahhh sí! El sentido del ridículo —que ahora, comenzamos a creer que siempre está allí, como los virus— quizá esperando ya ser reconocido como infección viral por alguien de apellido prominente. Férreas, se me (¿nos?) ocurre. Fígola, propones.

(¿Sabes? En algún punto he comenzado a envidiarte.
Digo, no creo que hayas estado allí… por simple ley de permeabilidad no podrías haber ocupado mi lugar. Pero parece que tu comprensión rebasa con regularidad la mía; y eso es un fastidio.
—Fígola debió habérseme ocurrido— a mí… no a ti
En fin, cosas)

A unos escasos quince metros del lugar donde pudimos haber tocado el muro —hemos visto otros quizá tan cercanos como AQUEL, pero ya no es lo mismo. Nunca lo es—damos cuenta de un poste aún más cercano al borde de tu ventanilla.

Imaginamos unos segundos, lo horrendo que hubiese resultado estar con el brazo extendido y fuera, al momento de alcanzar el poste.

No deseas imaginarlo más, por eso lo dejas pasar; no te preocupes, yo hice lo propio…
¿Notas esa incomodidad?
No te asustes, me resulta natural. Espero que sea natural.
Por lo menos es escabroso.
Describirlo lo hace menos horrible.
Un poco, tal vez.

Quizá nada.



¿Lo magnifica? Ojalá y no.

(Advertencia a enemigos de la lírica: no exponerse… Despediré con lirismo )



Saqué la cabeza. No soy culpable de más.
Saqué la cabeza. No lo podría negar.

El caso es que recordé una foto que vi a un amigo tomar,
quise emular el efecto, y mi propia foto lograr.

Tomé una.
La segunda vino enseguida después.

Al examinarlas me dije:
—Esa vista la quiero ver.

Y eso fue lo que hice.
Asomar la cabeza y mirar.

Una cosa me trae ahora confundido.
Y es que por mi narración, ya no sé si de veras fui yo,

o vi a alguno hacerlo,
y por envidia me adueñé de la sensación,

del relato y del mérito, a un regaño del conductor.

Espero haber sido yo
— Y tener los brazos completos.

Sólo eso;
De momento no espero más.