martes, 6 de abril de 2010

Lo Había Olvidado

La mañana había sido fresca, con un sol cegador y tres nubes visibles; ni dos ni cuatro, sino tres. Y a media distancia de la segunda y la tercera, una tenue imagen de lo que horas antes, con seguridad había sido la luna...

–El trabajo estuvo perfecto– dijo el sinodal como quien no quiere la cosa. Lo dijo mirando hacia abajo por entre las lentes; la voz le salió como muy ensayadamente natural: levantando las cejas ( por supuesto, abriendo los ojos, haciendo notar las pestañas, curiosamente con aspecto quebrado…), y expandiéndolas en señal de admiración.

Javier se aplaudió mentalmente el éxito conseguido, y con una ligera sonrisa de falsa modestia dijo:

–Fue lo más apresurado que pudimos hacer; esperábamos que estuviera bien… nos da gusto que le haya parecido así… así de bien.

La mirada de cualquier compañero de clase en los demás equipos, explicaba bastante bien el “¡púdrete!” que las contenidas gargantas se tragaban para no increpar a voces, sencillamente debido a la presencia del docente mequetrefe.

Todos sabían que aquel en específico, no fue un trabajo de última hora – A diferencia del resto de los equipos– sino que a punta de esfuerzos diarios y correcciones continuas con diversos asesores, lo colocaban como una tesis en forma. Claro es que el hecho de hacer alarde frente a los compañeros, y mostrar una humildad hipócrita frente al sinodal era sólo posible describirlo como “despreciable” y en las miradas de muchos de ellos (y entre sus dientes fruncidos, mostrando parte de las encías y en unos casos, desagradables evidencias de comida), se adivinaba algo mucho más soez que un sincero “púdrete, Javier”

El halago del instructor fue posiblemente la gota que derramó el vaso… y bueno, Javier no hacía mucho por ayudar a vaciarlo. Le daba más desagrado a un hecho ya de por sí irritante.

Sus compañeros de equipo, bien se sabían que el tipo era muy capaz, muy ambicioso (e incluso a veces muy sucio). No había sido ésta la primera vez que Argentina, la chica dulce del equipo, se enojara con él por sus comentarios presumidos para con los otros equipos.

Aquel día, muy contrario a su costumbre, Argentina casi imitaba las caras de “púdrete, Javier”; que además de todo eran bien dirigidas: nadie deseaba algo en contra de Argentina, Fercho, nada contra Diana o Erick; ni aún cuando eran un solo equipo con Javier. El “púdrete” era bien seguro que tenía un destinatario larguirucho y con despreocupado semblante; que no era otro que Javier.

Saliendo el Sinodal, las voces no se hicieron esperar.

–¿Qué te pasa? ¡Bájale!, ¿sí? –dijo irritadísima Argentina.

–¿Se puede saber de qué hablas? – contestó con un afán burlón Javier

–Pasa que es tan imbécil que ni se da cuenta de que lo és –irrumpió Claudia, una chica de otro equipo.

–¡Hey, Hey!, señoritas… yo sólo pienso que honor a quien honor merece…–mencionó Javier forzándose a no soltar la carcajada.

El equipo de Claudia arruinó su presentación debido a un problema técnico, que si bien pudo haber caído sobre cualquier equipo, lo hizo en aquel. La cosa fue, que mientras tanto, Javier se divertía de lo lindo, comentando metáforas viles sobre la estupidez humana, y la necesidad de la gente bien preparada para el futuro.

Como el sinodal le tenía en sobrevalorado concepto, por sus notas y comentarios de clase, se permitió incluso reír de sus excesos, y agregar una línea a la ya interminable palabrería que Javier se sacaba de Dios sabe dónde…

Algo de rubor le cubrió la cara cuando Argentina le preguntó con rudeza si no le bastaba con llevarse la nota más alta del curso. Aunque dos segundos después, “repuesto” de la impresión (y es que enojar de verdad a Argentina no era algo que se debiera tomar a la ligera. Ella comúnmente era un bombón en su trato general), le respondió que sí era suficiente, pero que era mejor que a nadie le quedara la duda, y que él sólo se encargaba personalmente de hacerlo notar.

–Así que, francamente no veo razón para tu disgusto, ni tu fingida compasión –esas habían sido sus exactas palabras, sus infames exactas palabras. Y así terminó él la discusión.

Con lágrimas en los ojos, Argentina se dio la vuelta y casi corrió alejándose (por la expresión que llevaba, hubo quienes creyeron que había visto un monstruo… y quizás esa haya sido la verdad). Diana y Erick, le dedicaron otras tantas miradas del “púdrete” que aún no se desvanecía del todo en el aire del aula y salieron a buscar a Arge…

–¿No me digas que también saldrás llorando? – dijo Javier dirigiéndose a Fercho.

–Hoy no, aún necesito que me lleves a casa. Pero de que te pasaste, te pasaste…– el interpelado, respondió todo con sórdida cara inexpresiva.

Fernando, vecino y amigo de años de Javier, lo conocía mucho más a fondo de lo que incluso Javier, pudiera creer. Fercho era bonachón, pero no estúpido. Y mucho muy práctico. Si no dejó a Javier, fue porque de verdad había olvidado la billetera…

Lo admiraba, aunque le decía sin tapujos sus defectos. Pero su misma experiencia le decía que hacer entrar en razón a Javier era peor que intentar aprender versos en védico estando de cabeza y bajo el agua.

˜

La tarde comenzaba pesada, odiosa, caliente y algo maloliente. Un sonido sobrecogedor, pero que no asustaba a nadie por la continuidad de su vaiven, teñían el naranja del sol de la estación en un algo más que simple luz, un algo que no dejaba sombras por momentos, sino impresiones de esmaltado contorno, sobre el suelo.

Claudia enfurecida. Los otros equipos mandándolo a freír espárragos. Y argentina muy apenada e indignada a causa suya. Javier la había jodido esta vez: lo notaba todo, la verdad no era ningún estúpido.

Saliendo del estacionamiento, un golpe en la parte trasera del carro hizo a Javier frenar la marcha de golpe. Por el retrovisor, vio a Claudia hacerle un gesto obsceno con la mano, y se bajó enseguida.

–No es necesario que dañes mi coche para llamar mi atención… que creo, es lo que pretendes – dijo al tenerla frente a si.

–Puede que tengas razón…– repuso ella con un guiño y con los brazos lo atrajo hacía sí, como para besarlo. Javier se dejó hacer, la verdad era que a Claudia, jamás la despreciaría en ese sentido, pensó.

–¡Arghh!

–Tenías razón, cariño, es más fácil llamar tu atención hiriéndote directamente. – dijo Claudia luego de darle un rodillazo en la entrepierna.

Antes de que Claudia se alejara por completo, Javier, como pudo, se puso de pie, y fingiendo una postura relajada, apoyado en el auto (para una carcajada adicional de Fercho, que desde el auto no se había perdido ni un solo segundo de la escena), le alcanzó a gritar:

–¿Hieres a un hombre inteligente sólo porque además es atractivo?

Ella siguió caminando imperturbable.

–¡Esto no lo voy a olvidar Claudia!

Acababa de gritar el nombre de la chica, cuando un sms repentino sonó en su celular; resultó ser un mensaje de ella, Claudia, que decía “Oh sí, lo harás, y más pronto de lo que crees”.

Cuando alzó la vista, Claudia se había esfumado.

Contrariado, le clavó una mirada de rencor a Fercho, que calmó sus risas diciéndose por lo bajo “bueno, ya…”

Diez minutos después, bajando por la carretera que conectaba la bahía con la ciudad, Fercho preguntó qué era lo que tenía el celular. Pues al subir de nuevo al auto, Javier lo arrojó hacia los asientos traseros con una violencia –¿O acaso era temor? –inusual en él.

–Un mensaje de Claudia que no alcanzo a creer. –explicó al fin, luego de unos minutos.

–¿Por qué no? ¿Acaso te invitó a salir? – dijo Fercho como explicándose y empezando a reir solo –Luego de lo que te hizo… – unas risitas irritantes a los oídos de Javier, acompañaron esas palabras, pero se dijo interiormente, que Fercho no era tan voluble como los otros, y que de todos modos, ya tenía algo de lo que quejarse, el dolor no del todo desaparecido en la entrepierna…

˜

Alcanzaron la llamada “Ye”, la conocida intersección con forma de una “Y” griega. En ese cruce, los autobuses tomaban dirección a la izquierda, aprovechando la continuidad que el tope del lado opuesto les permitía, para pasar casi sin tener que hacer el alto común para ese tipo de cruce.

Javier se saltó el tope. Vio de frente, (y aunque el riesgo era mínimo, por la vuelta que luego daría el camión) soltando simultáneamente un grito y un pisotón al freno; que sacudió a Fercho del asiento.

Durante unos diez segundos, en los que Fercho asimiló las cosas, nadie dijo palabra (salvo unas palabrotas, cortesía del ocupante del coche que iba tras ellos). Javier se relajó pero dejó una cara de espanto.

–Javi, ¿se puede saber que diablos te pasa? Siempre te cruzas así, y sabes que no alcanzamos a tocar al camión… ¿qué tienes?

–Lo olvidé… –dijo Javier en un hilo de voz.

–¿Cómo te vas a olvidar? ¡Por Dios! Hace años que casi a diario vamos y venimos por aquí…

–Eso no, Fercho… Lo olvidé

–¿El qué?-dijo ya impaciente Fercho, y es que, el tráfico, a diferencia del mundo de Javier, no se había paralizado.

–Lo que ella dijo… –explicó guturalmente Javier, apuntando al retrovisor.

Fercho primero miró hacia el retovisor, pero como no estaba orientado a su asiento, no vio más que parte de la portezuela del conductor; al voltear hacia atrás…

–Te lo dije, Cariño… más pronto de lo que pensabas– dijo ella (mirando de frente al reflejo de los ojos aterrados de Javier) con una risa inexplicable, era ella, era Claudia riendo mientras que a sus anchas reposaba en el asiento, como si siempre hubiese estado ahí…

Los ojos de Fercho se abrían hasta casi lastimar, y desde luego, los sonidos de claxon seguían exigiendo al imbécil de su conductor, que se apartara, o reanudara la marcha.

˜

Cerró los párpados con fuerza y los abrió. Javier acababa de despeinarse con las manos, y bajarse azotando la puerta y soltando un par de maldiciones. El auto se hallaba incrustado a la derecha del autobús. ¡Vaya si tenía razones para mostrarse irritado!

Una sensación hizo a Fernando mirar hacia atrás. Nada, como debía ser, como siempre había sido.

Seis autos pasaron lentos, con pasajeros que comian con los ojos el accidente e imaginaban cifras para los daños.

El auto de Claudia pasó también junto a ellos. El resto de su equipo de trabajo (las caras atónitas de Diana, Argentina y Erick asomaron entre los cristales del auto azul cielo) iba con ella. Pasaron más lento que los otros autos. Fercho vio con cierto temor a Claudia a los ojos, y ella le sonrió, como satisfecha… Regresó ella entonces la vista al camino, y se alejó acelerando.

– Después de todo, la vida no apesta tanto –se dijo Claudia sonriéndose al espejo de vanidad, lo suficiente alto para que Arge, que iba en el asiento de adjunto volteara notando que dijo algo, lo suficiente bajo para que se le quedara la duda.

–aunque que casi lo había olvidado.

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