martes, 25 de mayo de 2010

Volverte a ver

Cuando abrió los ojos, repitió la misma respuesta que daba desde hacía cinco días.

−¡Volverte a ver!

−Okey− dijo su madre−pero ¿sabes? Cada vez me convenzo más de que no dices eso por mí…− le explicó con una sonrisa, acariciándole el cabello y salió de su recámara.

Sonrió a su madre y se puso en pie sin responder, con la sonrisa aún dibujada en la cara.

Cuando escuchó tocar la puerta del cuarto de su hermano, se hundió de nuevo entre la almohada, aplastándose la mejilla y deshaciendo la sonrisa.

Se mantuvo ahí tirado sobre la cama un par de minutos y luego puso en el estereo “New York”, con la voz de Bono sacudiendo un escenario distante y repleto…

−¿Me prestas tus tenis azules?− interrumpió Roberto en mitad del momento entusiasta de la canción. Siendo ignorado, vio a su hermano subirle al estereo, y cerrándo los ojos gritar “NEW york, New York!!” Roberto dio un suspiro y se preguntó si de verdad merecía no tener un solo hermano normal, como sus amigos.



Roberto, con los tenis que deseaba en mano, se recordó a Román y su interminable viaje de mochileiro que llevaba ya unos 6 meses, de quien sólo ocasionalmente se acordaba, por las continuamente recibidas, fotografías donde a Román se le veía, casi en idéntica posición, en diversos sitios urbanos y rurales de sudamérica. A partir de la tercera foto de este tipo, Roberto escuchó a Rodolfo decir que eso no era nada nuevo, que así hizo el duendecillo de jardín del padre de Amelié Poulain y que Román no hacía más que imitarlo.

Roberto sólo pudo juzgar que sus dos hermanos estaban dementes.



Al reportarse al desayuno, los dos chicos traían caras de felicidad, y vaya que debían tener motivos: uno de ellos con un par de nike 90 azules edicion especial en los pies, y Rodolfo, habiéndo despertado con U2, no estaba falto de motivos. Doña Carmen, se dijo una vez más que no alcanzaba a entender o siquiera imaginar los pensamientos de sus hijos, aunque los amara tanto como lo hacía. Lo mismo podría decir de Roldán, sus esposo y el padre de sus hijos.

Doña Carmen no era genetista, ni nada por el estilo, aunque se juraba que en su familia no había tal clase de rarezas, por lo que hacía responsable de las conductas de sus hijos, a la familia de su esposo. Ella no sabía de casos extraños de sus antepasados, con la rara excepción de su tío Lorenzo, quien debido a su trabajo en un barco de cabotaje, llegó a generar una gran cantidad de familia en toda la costa del golfo. Recordaba la casi naturalidad con su familia recibía cada cierto tiempo a hijos e hijas del tío Lorenzo, algunos con parecidos inminentes, y otros que ponían en duda la paternidad del tío…

Carmen consideraba que fuera de aquel suceso tan enormemente aislado y excusable de nombre tío Lorenzo, en su familia no había rarezas. Aunque la verdad nunca hizo por conocer la juventud de sus otros tíos; de sus abuelos… o sus mismos padres. Para ella bastaba por tenerlos como santos y ya.



Roldán llevó a los dos chicos a la escuela.

−Tu moto sale mañana…

− ¿De verdad? – dijo rodolfo. Roberto no perdía detalle, pero la verdad no era que la cosa le interesara mucho.

−pero ten más cuidado, ¿sale?

−jaja, está bien, ya no vuelvo a tomar fotos mientras conduzco

−Estás loco… − le dijo roberto a su hermano, antes de bajarse, meneando la cabeza

−Por cierto, me debes como dos mil pesos por la moto¬− dijo don Roldán y padre e hijo se carcajearon.



Los amigos de Rodolfo quedaron con él en salir a correr de nuevo. Rod ansió que llegara la tarde.

Nada nuevo asomó en toda la tarde. Ni en la tienda de costumbre.

Fastidiado, se encaminó a casa y aunque la luna menguante estaba bien a la vista, no le importó perdérsela, mirando en vez, a la calle a través del cristal sucio. Vio personas, edificios, tiendas, coches, y luces que a través del cristal como que formaban círculos entre los muchos rayones.

Antes de abandonar el centro, su autobús debía cruzar un paso peatonal más, el último previo a dejar la zona. Antes de llegar al mencionado cruce, una dama de a bordo, sufrió un ataque… todo mundo se alarmó, y el chofer, pidió a los pasajeros cambiarse al autobus que tenían delante, para comenzar a arreglar las cosas y continuar el viaje.

Varios curiosos se arremolinaron de prisa en torno al autobús. A Rodolfo le fastidió más la situación. Al momento que subía al otro autobús, pudo ver a la niña de la extraña sonrisa. Era ella, no había duda.

−¡Es ella! – dijo casi gritando, y mereciéndose varias miradas. Ya a nadie se le antojaba otro ataque… o escena de tipo alguno.

La amenaza del autobús se cumplió, reanudando la marcha en un santiamén. Rodolfo sintió unas ganas enormes de bajarse, o arrojarse por la ventana o algo, cuando al volver a mirar hacia ella, notó una vez más que sí era quien creía… pero estaba acompañada…

El autobús apagó las luces del interior: un poco de luces de avenida y otro poco de luz de luna iluminaron los asientos junto a las ventanas. Rodolfo tenía uno de aquellos. Lo abandonó corriéndose al inmediato, cercano al pasillo, y haciéndose oscuridad en la cara.

Recordó la última vez que vio a la chica antes; se llevó un dañó la mano.

Esta vez con ambas manos en buen estado, en las penúmbras del autobús suburbano, llevaba una esperanza hecha trizas...

No hay comentarios: